Glenn Martin, materializando su sueño de niño.

Glenn Martin, materializando su sueño de niño.

Si alguna vez tuviste que luchar contra la falta de recursos, de conocimientos, o tus propias barreras mentales (como el temor al “qué dirán los demás”), la historia de Glenn Martin será una luz en tu camino.

Por muchos años mantuvo oculto su sueño, simplemente por temor:

“Creía que si alguien se enteraba,
me iba a tratar de loco”.

La historia de Glenn Martin, es una gran historia

Glenn nació en Nueva Zelanda y desde sus primeros años mostró interés por construir, desarmar y armar cosas. Con apenas 3 años de edad, desarmó la aspiradora de su madre para arreglarla, y al enchufarla, dejó a todo su barrio sin luz (cosas que suelen pasarle a los buenos inventores).

Su entusiasmo por crear cosas crecía al ritmo de su estatura, y a los 5 años de edad, ya tenía su sueño decidido: construir un aparato que lo llevara volando de un lado a otro.

A los 7, tenía todo resuelto, su primer prototipo casero estaba listo para ser probado, pero su familia lo convenció para que bajara del techo de la casa, y que se quitara ese “planeador” de la espalda, para que no se lastimara. Aunque igualmente, esa idea permaneció en su mente durante toda su niñez.

Como vivían un tanto alejado de casi todo, su padre le había enseñado que el arte de lo manual, era la solución a la falta de recursos. Será por eso que su papá, además de construir toda la casa de la familia, fabricó cada ladrillo de esta. Martin creció con este ejemplo, y fue aprendiendo mientras ayudaba a su padre a arreglar los automóviles familiares.

Al terminar sus estudios secundarios, convencido de que necesitaría conocimientos teóricos para llevar adelante su sueño, decidió entrar a la Universidad, para estudiar la carrera de Bioquímica y Fisiología. Martin creyó que estar en el laboratorio lo ayudaría a ser un mejor inventor debido a que aprendería a ser metódico, y a planificar antes de actuar o realizar ensayos.

Se dedicó a estudiar fórmulas matemáticas (y aerodinámicas), para poder comenzar a diseñar un dispositivo personal que pudiera volar por más de 30 segundos. Este era el reto.

El gobierno de Estados Unidos, en la década del 60, le había encargado a una compañía la creación del “Rocket Belt”, una máquina voladora personal con fines militares. La empresa logró que esta máquina volara durante menos de 15 segundos, a una altura de un metro, recorriendo una distancia de unos 33 metros. Esto ya era todo un logro, pero el costo del proyecto estaba siendo tan alto, que se desestimó. Casi 400.000 dólares invertidos, con un equipo de más de 19 personas, era demasiado para la década del 60.

Martin, no contaba con más presupuesto que su sueldo de empleado, y su plantilla de trabajadores era un tanto reducida, digamos que él era el único trabajador que podía pagar. Así y todo, tenía que superar el reto del “Rocket Belt” y para esto, realizó en solitario sus propios diseños y prototipos.

Por las noches, en días libres y fines de semana le dedicaba horas a su proyecto. Durante este tiempo, Martin no le contaba a sus amigos en lo que estaba trabajando porque tenía miedo que pensaran que estaba loco.

Cuando sintió que había adquirido los conocimientos teóricos necesarios para sus fines, abandonó la Universidad, y consiguió un empleo como visitador médico para poder juntar dinero.

Aunque seguía utilizando todo su tiempo libre, para seguir haciendo pruebas, el tiempo no le era suficiente, necesitaba más, por eso, juntó cada centavo que pudo hasta que sus ahorros le permitieron dejar de trabajar por un tiempo y felizmente se dedicó de lleno a su sueño.

Fiel al estilo de su padre, él mismo construía en su taller, mecanismos y partes para su dispositivo. Sus primeras pruebas fueron realizadas con ventiladores de cocina (esta es la parte en la que comprendemos por qué tenía miedo que lo trataran de loco). Imaginemos un diálogo con un vecino por un instante:

– Vecino: Hola Martin, ¿en qué andas?, siempre te veo muy entretenido en tu garaje.
– Martin: Estoy creando una máquina voladora.
Vecino: Sorprendente, que gran proyecto, ¿será a radio control?
– Martin: No, transportará una persona.
Vecino: Perooo… ¿ese no es el ventilador de tu cocina?
– Martin: Sí, será la turbina del prototipo.
Vecino: …………ha….. buenooo… estemmmm… que tengas suerte. Ha Martin, si te decides a crear una nave espacial, puedo prestarte mi licuadora.

Pero Martin, con cada nuevo prototipo, lograba mejores resultados y esto lo estimulaba a continuar. Aunque los años pasaban y sus aparatos no lograban despegar del suelo.

Esto lo hizo «entrar en razones» (y comenzó a tener pensamientos “normales”) y empezó a pensar que necesitaría 10 años más, y era demasiado. Además comenzaba a tener problemas económicos por lo que debería volver a trabajar para ganar dinero y poder para pagar las facturas, por lo que lo más “sensato” era abandonar el sueño de toda su vida. Desilusionado, volvió a conseguir un empleo.

Pero su esposa Vanesa no estaba de acuerdo con que dejara de lado su sueño, y lo convenció para que no abandonara el proyecto por el que tanto había trabajado. Luego de algunos años en los que pudo ahorrar algo de dinero, su esposa le insistió para que renunciara nuevamente y que continuara con los prototipos del JetPack.

Martin le hizo caso y volvió con una motivación renovada, y hasta decidió luchar contra sus propios temores y empezó a contarle a unos pocos ingenieros de su proyecto. Contrariamente a lo que él pensaba, no solo que no lo trataron de loco, sino que se ofrecieron a ayudarle de vez en cuando, y prometieron guardar el secreto del proyecto.

Luego de dar a luz su segundo hijo, Vanesa quiso ser quien probara el prototipo número 7, que ya contaba con  muchas mejoras, pero no tantas como para soportar los kilos demás de Martin. Así fue como en 1997, tomando ciertas precauciones como sostener el aparato con cables y sogas, Vanesa misma comprobó que su esposo no estaba loco, mientras iba despegando del piso, por algunos segundos. El JetPack volaba mal y durante solo unos 15 segundos, pero volaba. Prueba suficiente, para que algunos inversores osados, aportaran dinero para la mejora y luego el desarrollo a escala del JetPack.

Estaban en el camino correcto, y este era el impulso de ánimo que necesitaban para seguir adelante. Martin siguió trabajando y en el año 2005 con el prototipo en su versión número 9, logró elevarse en el aire, sin ataduras ni protecciones. Para el 2007, el JetPack ya se mantenía en vuelo por varios minutos y hasta tenía una estabilidad con la que se podían hacer ciertas piruetas.

Luego de esta prueba se presentaron las primeras patentes de este nuevo dispositivo personal para volar.

En el 2008 se hizo la presentación formal del producto al mercado, cobrando una notoriedad inmediata, que atrajo hasta pedidos mayoristas, como uno de la empresa Red Bull (bebida energizante), que deseaba una flota de JetPack’s para utilizarlo con fines publicitarios.

En la actualidad, el jetpack tiene una autonomía de vuelo de más de media hora, se eleva por unos cuantos metros y logra alcanzar los 100 k/h, y por supuesto, ya está a la venta.

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Esta historia da para muchísimas reflexiones. El inocente sueño de un niño, trepado al techo de la casa, queriendo volar, terminó siendo real y tremendamente sofisticado, gracias a 30 años de esfuerzo, de lucha, de falta de desconocimiento, de cansancio y de falta de recursos.

Una de las piezas claves de este proyecto, no la construyó Martin con sus manos, porque esa pieza fundamental, fue su esposa, que no lo dejó bajar los brazos, y lo obligó (literalmente) a renunciar a su empleo para seguir con el proyecto (y no estamos hablando de una familia adinerada).

Otro punto importante a destacar es que el proyecto, luego de su lanzamiento cobró notoriedad con la velocidad de un rayo, pero para que esto suceda, existieron por detrás años de dedicación. Esto guarda una estrecha relación con la creación de activos. Cuando estamos en frente de una persona exitosa vemos la parte “notoria”, pero lo que importa realmente, son los años anteriores en donde esa persona fue creando su activo, para luego cosechar todos los frutos juntos, en cantidad, con “la velocidad de un rayo”.

En el artículo no lo detallé, pero a lo largo de todos esos años, Martin tuvo que ir modificando el foco de su obsesión, porque tuvo problemas de toda índole con los prototipos (y con su vida): el peso de las piezas, el combustible, la estabilidad, los materiales, la falta de conocimiento, la falta de dinero, el estado de ánimo, sus miedos, etc.

Pero no quiero extender más este texto, prefiero cerrar con una frase del propio Glenn Martin, que es una gran lección sintetizada:

“No lo hice por dinero, ni por ego, ni por hacerme famoso.
Yo solo quería crear un cinturón cohete.”

Por favor, comparte tus pensamientos debajo, dejando un comentario de esta gran historia.

Saludos.
Martín Omar.

Acerca de Martín Omar
Desde hace más de 14 años desarrolla campañas montadas sobre Internet orientadas al crecimiento de las ventas. Actualmente se dedica al Marketing Online, y a promover la Educación Financiera.